De noche.
Camino a la morgue escucho las sirenas,
usurpan para mi, los sonidos sordos de las aves,
de cuando caminaba solo, entre las ruinas de piedra
y el mar de la península plana.
De mi fantasía, deformada hoy por las livideces,
me queda tan solo, como cenizas y vidrios en la mano,
la negra línea que corta.

Cada sesión un duelo, difícil de sostener, difícil sentir
la mirada en cero de sus ojos,
sus boquetes en los cuerpos,
las negras flores, de súbito brotadas en la cara,
el aroma de la muerte.
Los sucios cráneos trepanados,
pulidos en los días, en la sombra de sus días,
hoy me insinúan de esquirlas en el tórax que anidaron,
de ojos fijos,
que una vez en su miseria
el océano pudieron contemplar, embrutecidos;
de bocas reventadas y abiertas para siempre,
en una última noche, en una última epilepsia;
del silencio en el que el gusano roe, aquí,
donde están las marcas, los grafitis de diesel y espuma sucia
sobre hinchazones, sobre manos y caras no identificadas;
donde la línea de vida casi colinda donde en pocas horas, sobre el pecho,
comienza un grueso surco suturado.
Aquí, en las gavetas, en este insospechado y frío reducto
donde la metafísica equivale a una flema
hervida y reluciente;
donde la náusea llega como un alud al abdomen,
donde al salir de sesión, por ver de cerca el reverso de este ciclo,
uno enmudece por horas.
Aquí, cuatro machetazos en la nuca
y la necropsia,
no son lo suficiente para arrancar la verdad de un hombre.

Otra poesía pulsando líneas
en esta ciudad de bizarrez,
entre esta envilecida masa.

Alejandro Montoya, 1985










































































Los dibujos de la serie "Dibujos de la Noche" son tintas sobre papel, realizados en morgues de la Ciudad de México, entre 1983 y 1987.